¿Por qué nadie le cree a Salomón?

En Oaxaca las máscaras caen más rápido que las lluvias de mayo. Salomón Jara Cruz, gobernador morenista, quiso vendernos la idea de un “gobierno del cambio”, pero los hechos lo retratan como un político viejo, con vicios viejos, envuelto en la misma corrupción que juró desterrar. La última escena ocurrió durante la visita de Claudia Sheinbaum al estadio del Instituto Tecnológico de Oaxaca, donde los maestros de la Sección 22 de la CNTE fueron recibidos, no con diálogo, sino con grupos de choque, según denunció la propia secretaria general, Yenny Araceli Pérez Martínez.

La historia se cuenta sola: los docentes marcharon pacíficamente desde el monumento a los Niños Héroes hasta la calle Monte Albán. Allí los esperaba un grupo de matones listos para frenar cualquier intento de protesta. En el entronque de calzada Madero, los maestros levantaron sus lonas y gritaron consignas contra la presidenta, pero lo que se encontraron fue un cerco de golpeadores que, lejos de mantener distancia, jalonearon mantas y desataron una gresca de cinco minutos. ¿Ese es el estilo de “gobernar para el pueblo” del que presume Jara? Porque lo único que se vio fue represión disfrazada de control.

No es la primera vez que el gobernador queda en evidencia frente al pueblo. Apenas en mayo, durante un desayuno por el Día de las Madres, Jara fue abucheado por la burocracia estatal [Primeralínea.mx, 8 de mayo 2025]. Entre gritos de “¡Fuera Jara y revocación!”, el evento se convirtió en un paredón político. La inconformidad no surge de la nada: despidos masivos, promesas incumplidas y un sindicalismo sometido han encendido la chispa del hartazgo. El gobernador parece haber olvidado que Oaxaca no perdona la traición.

La Sección 22 tiene memoria histórica. Han sobrevivido a décadas de represión del PRI, que usó el garrote como único método de “diálogo”. También al PAN, que jamás entendió las demandas sociales del estado. Hoy, el morenismo de Jara parece repetir ese manual represivo. Resulta irónico: Morena nació prometiendo acabar con el autoritarismo, pero en Oaxaca el guion parece reciclado. La diferencia es que ahora los golpes se disfrazan de “grupos ciudadanos” que casualmente aparecen para enfrentar a los maestros.

Lo que sucedió el viernes con Sheinbaum es un síntoma de algo mayor: el divorcio entre un gobernador que presume legitimidad y un pueblo que ya no lo quiere. Las calles hablan más que los discursos. Si los burócratas abuchean y los maestros se enfrentan a grupos de choque, algo anda muy mal en el estado. Los intentos de Jara por controlar la narrativa chocan con una realidad que no puede ocultar con propaganda.

La inconformidad crece, y no se trata de simples caprichos de la CNTE o de burócratas enojados. Se trata de un modelo de gobierno que no cumple, que traiciona las esperanzas y que en apenas dos años ha dejado claro que no es distinto a los que lo precedieron. Oaxaca ha visto desfilar a Ulises Ruiz, a Gabino Cué, a Alejandro Murat… cada uno con su cuota de corrupción y represión. Jara se suma a esa lista, aunque quiera convencernos de lo contrario.

La diferencia está en que hoy la sociedad está más despierta. Las redes sociales amplifican lo que antes se silenciaba. Las imágenes de maestros golpeados y el eco de los abucheos ya circulan, construyendo una narrativa que ni el mejor aparato de comunicación podrá revertir. El pueblo de Oaxaca tiene memoria larga, y la paciencia corta. Lo que resta por ver es cuánto tiempo tardará en cobrarse la factura a un gobernador que, como los de antes, creyó que podía gobernar a punta de imposición y silencio.

En un estado que ha padecido a los ladrones de siempre, la gente ya no se traga el cuento del “gobierno diferente”. La realidad golpea más fuerte que cualquier grupo de choque. Y en ese terreno, Salomón Jara ya perdió.

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