El PRI agoniza

El PRI agoniza y nadie parece dispuesto a darle respiración artificial. Alejandro “Alito” Moreno, ese dirigente nacional que presume colmillo político pero que colecciona derrotas como estampitas, acaba de recibir otro golpe: la Junta de Coordinación Política (Jucopo) del Senado lo removió de la presidencia de la Comisión de Marina. En su lugar colocaron al morenista Carlos Lomelí Bolaños, con el argumento de que el PRI ya no tenía derecho a esa posición tras la salida del senador Néstor Camarillo rumbo a Movimiento Ciudadano. Así, el tricolor pierde otra trinchera en el Congreso, y su líder se queda cada vez más solo.

Lo de Alito es apenas la punta del iceberg. La verdadera noticia es que el PRI, ese dinosaurio que alguna vez gobernó con puño de hierro, hoy es un fantasma en la política nacional. Su supuesta “fuerza” se reduce a comunicados de prensa y a berrinches mediáticos. Mientras tanto, Morena le arranca espacios como si fueran fichas de dominó. ¿Qué tan bajo puede caer un partido que ya ni siquiera es capaz de defender las sillas que todavía conserva?

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En Oaxaca el panorama es aún más patético. El PRI no tiene figuras relevantes. Durante décadas fue la maquinaria electoral por excelencia, capaz de movilizar comunidades enteras con el clásico menú de torta, refresco y promesas vacías. Hoy ni eso. La crónica de Rosy Ramales lo describe sin adornos: el tricolor en el estado no pudo siquiera cuestionar el proceso de revocación de mandato de Salomón Jara. Tiene un solo diputado, Javier Casique, que juega más como aliado de Morena que como oposición. El comité estatal es un cascarón, todavía bajo la sombra de los Murat, que saquearon Oaxaca y se fueron como si nada.

El contraste histórico duele. El PRI fue amo y señor de Oaxaca durante más de 80 años, construyó fortunas al amparo del poder y dejó una estela de corrupción que sigue oliendo. Ulises Ruiz pasó a la historia como el verdugo de 2006, con muertos, represión y un movimiento social herido de por vida. Alejandro Murat cerró el ciclo como el último virrey priista, más preocupado por sus reflectores en Televisa que por gobernar. Con ese historial, ¿a quién le sorprende que hoy el PRI no sea ni la sombra de lo que fue?

El escenario nacional no es distinto. Alito Moreno carga con acusaciones de corrupción, audios filtrados que retratan su cinismo y una dirigencia que funciona más como agencia de colocación de plurinominales que como partido político. Los gobernadores priistas prácticamente desaparecieron del mapa, y sus cuadros jóvenes prefieren huir hacia Morena o Movimiento Ciudadano antes que cargar con el cadáver. En este contexto, la caída de Alito de la Comisión de Marina es apenas un recordatorio de que el PRI ya no flota: se hunde.

¿Y en Oaxaca? El PRI está enterrado bajo las ruinas que dejó su propia ambición. Ni siquiera aparece en la conversación pública. Morena gobierna, el PAN y el PRD sobreviven a duras penas, pero el PRI ni para memes alcanza. En las comunidades, donde antes era omnipresente, hoy es irrelevante. Nadie recuerda al priismo más que para insultarlo o señalarlo como responsable del rezago. Su desaparición es, en realidad, un respiro para la memoria colectiva.

El problema es que la caída del PRI no garantiza automáticamente mejores gobiernos. Morena, con Salomón Jara al frente, ha demostrado que puede repetir viejas prácticas de autoritarismo y corrupción. La CNTE lo acusa de usar grupos de choque contra los maestros, y la burocracia lo abuchea en público. En ese espejo se refleja el peligro: que la historia priista se repita con otro color de logotipo.

El PRI se muere, sí. Pero el desafío de Oaxaca y de México no es celebrar la defunción, sino asegurarse de que el vacío lo llenen fuerzas políticas verdaderamente democráticas. Porque si el PRI desaparece y solo deja herederos de sus vicios, el dinosaurio seguirá entre nosotros, disfrazado de Morena, de MC o de lo que venga. Por ahora, lo único claro es que el priismo oaxaqueño es un cadáver político que nadie quiere revivir.

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